sábado, 22 de septiembre de 2012

Emanuel, el amor, el puro amor


Emanuel, el amor, el puro amor


Cuando leas esta carta tal vez mis ojos tengan algunas líneas marcadas abajo, arriba, a los lados. Ese día tal vez no recordaré, como hoy, cada detalle del día que en medio de la incertidumbre y la confianza infinita, mi cuerpo se abrió sin reservas a la magia de la vida, esa que cambió radicalmente cuando decidiste venir, llegar… abrir tus ojos grandes y mirarme con esa mirada que se estamparía por siempre en mi memoria.

El mundo al que llegaste, Emanuel, se gasta todos sus esfuerzos en hacernos sentir miedo e insiste cada día en que perdamos la confianza que de la misma tierra hemos heredado. Buscarte, concebirte, esperarte, parirte y criarte es un ejercicio diario de confianza, de regreso a la fuente. El miedo siempre hace su aparición, así  que tomar la decisión de confiar en el poder natural que llevo dentro y dar a luz en la intimidad de mi habitación, fue el primer gran desafío de nuestra historia, Emanuel.

Al principio, además de una grandísima emoción por la noticia de saberte en mi pancita, sentí curiosidad, cómo será el parto? Recordé un video que había visto en el cual una mujer paría mientras cantaba y entonces entendí que tu primer contacto con el mundo sería diferente si al llegar encontrabas una mamá cantando y no una mamá gritando, decidí intentarlo. Escribí un correo y empecé a investigar sobre la técnica para parir cantando, canto carnático se llama.

Después de buscar encontré a quien sería tu primera hada madrina, Gabriella Aviva, quien acepto viajar desde Palma de Mallorca para enseñarme a parir cantando. Lo que yo no sabía es  que no solo me enseñaría el canto sino la importancia de confiar en mi poder, en tu poder y en la magia del nacimiento respetado en medio del amor, lejos de los hospitales, las agujas, las lámparas de quirófano…

Gabriella nos habló del nacimiento sin violencia, de los beneficios para la madre y el hijo de estar juntos tras el parto. Entendí que no quería que nadie nos separara una vez estuvieras fuera del vientre, entendí que tu tampoco querías. Entendí que nacer es la primera decisión que tomamos en la vida estando aun en el vientre materno, permitir una cesárea era quitarte la posibilidad de tomar tu primera decisión en la vida. Entendí que cuando un bebé recién nacido llora  desconsolado y su madre no está cerca para consolarlo (pues está en otra habitación del hospital) y nadie lo consuela sino que es ignorado por todo el equipo médico que en vez de respetar su tiempo de acoplamiento al nuevo mundo, lo pone en bandejas frías, lo limpia con aceite johnsons, lo pincha con agujas, le limpia los ojos, lo aspira…se está ejerciendo con el bebé un acto de represión. Entendí que no quería eso para ti, Emanuel.

Después llegó a nuestra vida, tu segunda hada madrina, nuestra partera, Carolina Zuluaga. Carolina confió en nuestro poder, nos dijo incansablemente que si podíamos, que teníamos la fuerza para hacerlo. Nos acompañó desde el 5 mes de embarazo, nos masajeó, conoció y reconoció mi cuerpo a través de nuestras consultas así que el día que decidiste llegar no fue necesario ponerme ningún monitor electrónico, Caro podía ver en mi cuerpo que estabas próximo a nacer. La paz que Carolina lleva consigo a donde va, se sembró en el corazón de papá y en el mío. Una noche antes de dormir, decidimos que íbamos a darte el primer regalo de tu vida, un nacimiento respetado, en medio de la intimidad de nuestro hogar, lleno de amor y confianza, esa noche decretamos desterrar el miedo de nuestras vidas y recibirte aquí en el mismo lugar que con amor fuiste concebido.

Un sábado en la mañana, ya con una panza tan grande que parecía que iba a reventar, salí a despedirme de tu tía Juana que viajaba a Berlín. Antes de subirme al carro sentí la primera señal de tu llegada, una emoción inmensa se albergó en mi corazón, una alegría que se alojó para siempre en mi.

Esa noche, como todas, canté… sentí una contracción, la primera, también la canté. Me acosté pensando que pasaría la noche con contracciones y sería una noche larga, pero no fue así. Me venció el sueño, dormí plácidamente hasta el día siguiente. A las ocho de la mañana llegó Carolina, me hizo unos baños de plantas medicinales, me dio un agüita aromática y me dijo que tenía que caminar 20 cuadras. Con la panza en ese estado, caminar 20 cuadras era algo que me parecía imposible, sin embargo no tenía nada mejor que hacer, así que con toda la calma del mundo me vestí para salir a caminar.  Antes de salir, a las 11 de la mañana, sentí la segunda contracción, fuerte, la canté. Caminamos por el parque las 20 cuadras, cada que venía la contracción, la cantaba. El canto me ayudaba a sobrellevarla, no gritaba, no me contraía, no me retorcía, gracias al canto fluía con el dolor que obviamente se iba incrementando.

Regresé cansada y me recosté, dormía de a 15  minutos, la contracción me despertaba, la cantaba y volvía a dormir. Pasaron 3 horas tranquilas en la cama, cantando las contracciones. A las tres y media quise meterme a la bañera, allí el agua caliente hizo su efecto analgésico y las contracciones que ya estaban mas fuertes y seguidas, se volvieron llevaderas. Canté y canté. Salí de la bañera cansada y me recosté de nuevo, nunca llevé la cuenta de las contracciones ni de el tiempo que duraban, el canto me permitía entrar en un limbo meditativo que me iba elevando. A medida que se hacían mas seguidas las contracciones se hacía mas seguido el canto, de tal manera que llegó un momento que no paraba de cantar y estaba en un estado de inconsciencia consiente, podría llamarlo.  El canto carnático se basa en la teoría que nuestra garganta es igual que nuestro cérvix y además están conectados energéticamente. Si aprendes a relajar la garganta, relajas igualmente el cérvix y permites la dilatación. A diferencia del grito, que lo que hace es contraer y por ende puede ayudar a que la dilatación se pasme y el parto dure mucho tiempo.

A las siete y media sentí un contracción muy fuerte y muy larga. Sentí desfallecer, papá vino y me abrazó, me transmitió su fuerza, me recordó el poder que tenemos y la luz que producimos cuando estamos juntos, como familia, saqué fuerzas de mi centro de poder y decidí que lo iba a lograr. El parto había empezado. Carolina y Camila (otra hada madrina) ya estaban listas, el cuarto estaba listo, habían dispuesto todo para tu llegada. Las contracciones eran demasiado fuertes, sin embargo el dolor ya no era el protagonista de esta escena, tu venías descendiendo por mi cuerpo y eso me llenaba de luz y fuerza. Carolina me dice que puje cuando venga la contracción, viene la contracción pero yo no sé pujar así que no pasa nada. Cambio de posición, voy a una silla para partos indígenas que me habían prestado, trato de pujar, tampoco pasa nada. Me siento en un balde, hueco, al venir la contracción pujo y siento como tu cabeza se encaja entonces mis piernas se despegan desde la cadera… siento una metamorfosis increíble, estás naciendo! El dolor es cada vez mas intenso, siento que estoy muy agotada y no quiero pujar más, Carolina me dice: estás a punto de terminar, tócate, siente la cabeza de tu bebé. Entonces estiro el brazo y me toco y si, te siento, toco tu coronilla, saber que allí estás me renueva la fuerza, viene la contracción, Carolina le dice a papá donde poner sus manos, pujo con fuerza y tu cabecita sale.  En ese momento siento como si tu paso me quemara por dentro, es una sensación de ardor muy fuerte, un dolor muy intenso. Quiero pujar, Carolina me dice, no pujes, no pujes, protege tu zona perineal. Debemos esperar que te rotes un poco porque o sino, tu paso puede rasgar mi periné, esperamos unos minutos que en ese momento parecieron eternos dado el dolor, te rotaste, cuando te volteaste, Carolina me dijo, ahora si, puja, puje fuertemente y terminaste de nacer, eran las diez y cinco de la noche.

El canto carnático, el acompañamiento de Carolina y todas las clases de Unkay hicieron que tuviera contracciones muy llevaderas que no sufrí y un trabajo de parto corto, de dos horas.

Apenas naciste te pusimos en mi pecho, sentiste mi corazón latir junto al tuyo, mamaste de la teta y allí te quedaste, plácido, en nuestra camita, juntos, abrazados con papá, inmensamente felices. Llegaste en medio del canto y la confianza infinita y tu llegada permitió conocer a la guerrera que habita dentro de mi y al guerrero que habita dentro de papa y dentro tuyo.  No me alcanzará la vida para agradecerte todo lo que has venido a traerme, sobretodo poder conocer el amor puro. Cuando naciste entendí que la expresión “hacer el amor” tiene sentido.

Eres nuestro maestro y naciste en el año del dragón.  Te amo maestro dragón.

Silvi Ojeda
Septiembre, 2012


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